— BILBAO 2025 —

¡Los alienígenas la han secuestrado!

Ni en mil vidas pensé en ser testigo con mi cámara de la abducción alienígena más espectacular de la historia. Y ni te digo siquiera pensar en tenerlo todo documentado por mi cámara. TE LO CUENTO.

 


La gripe se había convertido en mi pequeño asistente personal en el viaje a París. Ni IA ni hostias. Ella me marcaba cuándo podía salir y cuando no. Aquella mañana, después de discutir con ella durante 10 minutos, a regañadientes, me dio el ok para salir a hacer amanecer a condición de llevarme 6 paquetes de kleenex. Porque permiso sí, pero dar por saco también.

Nada de ir andando disfrutando de la ciudad, me dijo. Te coges el metro, desayunas y te vuelves a la cama.

Y así lo hice, porque, de no acatar sus órdenes, lo más probable es que el viaje se terminara aquella misma mañana para mí. Cogí uno de esos viejos metros en la pintoresca Place du Commerce y en apenas 15 minutos me bajé en Palais-Royale. Anda que no molan los nombres de las estaciones de París.

Por un momento me sorprendió la poquita gente que había en el andén. Aun siendo las 6 de la mañana, esperaba más gente. Mi asistente personal, con un potente estornudo, me aclara la duda. “Si es que domingo, melón.”

Arrastro los pies mientras echo mano del cuarto kleenex de la mañana y ni aun en ese estado tan deplorable puedo dejar de maravillarme al ver el Louvre. Es, quizá, mi edificio favorito de París… Y eso es mucho decir. Es imponente, pero a la vez profundamente refinado. Juega con los volúmenes de una manera excelsa y el impresionante tamaño de sus puertas de acceso te hace sentir aún más pequeño. Y es que encima lo tengo todo para mí solo.

Además, esa combinación de edificio clásico con las estructuras piramidales de cristal me parece un juego visual muy interesante. Saco la cámara y empiezo a disparar, olvidándome un poco de mi estado físico. Sonrío y busco detalles en los edificios, juego con las luces de las farolas y las puertas y, en un momento dado, se me ocurre tirar una amplia panorámica que abarque gran parte del recinto. Coloco un objetivo ultra gran angular en mi cámara, nivelo el trípode y…

BOOOOOOOOM

Una explosión más de luz que de sonido me sobrecoge. Utilizo mi mano como parapeto para atenuar la luz que llega a mis ojos. La imagen me deja sin palabras. La hora azul completamente rota por un intenso fulgor celeste, la enorme pirámide central hecha añicos y, sobrevolando París, un platillo volante del que no sale ningún sonido mientras abduce a una mujer que se eleva, flotando, hacia la nave.

Extrañamente, no tengo miedo y simplemente me quedo admirado consciente de ese momento histórico para la humanidad. Pero, como esto no es una película yanki, todo queda interrumpido por un ataque de tremendos estornudos. Para cuando consigo volver a abrir los ojos, todo ha pasado. La hora azul recuperó su infinita calma, el silencio inundo de nuevo mis oídos y la pirámide de cristal lucía, intacta, delante de mi objetivo.

Un poco aturdido terminé de hacer mis fotos y me encaminé de vuelta a mi hotel. El traqueteo del metro mecía rítmicamente mi desconcierto. ¿Había tomado demasiada medicación? ¿Qué me había echado aquel sospechoso camarero en el Colacao? Mi asistente personal, vía torrente demencial de mocos, me indicó que me urgía volver a la cama y descansar, así que, resignado, abandoné mis pensamientos y me dejé abrazar por el acogedor calorcito del edredón del hotel.

Desperté a eso de la 1 de la tarde, con un hambre que me impidió volver a pensar en el extraño evento de la mañana. Me duché, me vestí, cogí mi bolso con la cámara y bajé por las preciosas escaleras de madera del hotel. Dispuesto a comerme dos menús completos, entré en el restaurante donde todo el mundo murmuraba. Como es tradición, cuando pasan estas cosas, lo primero siempre es echarse mano disimuladamente a la bragueta, claro. Una vez esquivada esa bala y ya sentado a la mesa, le pregunto al camarero que me ha estado atendiendo estos días qué es lo que ocurre.

– ¿No te has enterado? ¡HA DESAPARECIDO LA MONA LISA DEL CUADRO DEL LOUVRE!

Mi mente, aun anhelante del edredón de la cama, se desperezó de repente pensando “Ostras, pero si tú has estado ahí esta mañana y no has visto nada rar… UN MOMEEEENTO.” ¿Tendrá algo que ver con el “evento” de esta mañana?.

El hambre me desaparece como por arte de magia y solo mordisqueo el pato sin mucho interés. Mi cabeza solo le da vueltas y vueltas al “sueño” de esta mañana. ¿Y si fue real? ¿Y si… De repente, las dos únicas neuronas operantes en ese momento, hacen conexión y me abalanzo hacia el bolso de la cámara. Obvio el tan satisfactorio click de encendido y reviso a toda prisa las fotos de la mañana. Mis ojos se abren como platos. No fue un sueño. Presencié el secuestro alienígena de la Mona Lisa.

Las pruebas

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